Época: Siglo XVII: grandes
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1660

Antecedente:
Francia



Comentario

A pesar de que Luis XIII había dejado establecido antes de morir un Consejo de regencia, del que formaba parte el cardenal Giulio Mazarino, italiano afrancesado que tras el desarrollo de su carrera en la Corte papal pasó al servicio del rey de Francia escalando pronto posiciones destacadas en palacio, la reina Ana, al parecer muy unida personal y sentimentalmente al cardenal hasta el punto de que se hablaría de un matrimonio secreto entre ambos, obtuvo del Parlamento de París la revocación del testamento real, asumiendo a continuación únicamente ella la regencia. La designación de Mazarino como primer ministro no se hizo esperar, como tampoco tardó en manifestarse el malestar de la nobleza cortesana ante tal nombramiento. De este modo volvía a repetirse el ambiente de oposición hacia el hombre fuerte del momento, al igual que había ocurrido con su predecesor. Tampoco cambió el amplio y diversificado descontento contra la crítica situación política, social y económica que seguía dominando al país, azotado y roto por los efectos de las guerras exteriores y por los graves problemas financieros y de subsistencias que se padecían.
La política de Richelieu fue continuada por Mazarino, generando del mismo modo fuertes oposiciones. Al poco tiempo de ocupar el poder, se produjo la primera de las muchas conspiraciones que se iban a suceder contra su persona, procedentes de los círculos nobiliarios que intentaban dirigir el Gobierno de la nación tutelando a la Corona y que querían obligar a la regente a desprenderse de su favorito. A ellos se unió, con resultados muy peligrosos para el absolutismo monárquico, la actitud de los miembros de los parlamentos, nobleza de toga que adoptó una postura mucho más crítica ante el influyente Mazarino y que empezó a deslizarse hacia posiciones enfrentadas con el poder central, reivindicando un mayor protagonismo político. Si a todas estas resistencias sumamos la inquietud de los grupos burgueses ante la disminución de sus beneficios económicos y la reducción de rentas que el régimen de guerra traía consigo, sin olvidar el permanente estado de crispación social de las masas populares por las agobiantes cargas impositivas que sufrían y por las tremendas consecuencias que sobre ellas tenían las repetidas crisis de subsistencias que se estaban produciendo, unidas por lo demás a la persistencia de los brotes epidémicos, no debe resultar extraño el estallido político y social que se produjo en los años centrales de la centuria, conocido como la Fronda (1648-1653).

Amasijo de descontentos, en realidad la Fronda, o si se quiere mejor las Frondas, fueron la manifestación palpable de la descomposición del Estado y de la sociedad francesa en el seno de una coyuntura económica deprimida y con graves problemas de organización política y de cohesión social que resolver. Toda una serie de acontecimientos, a veces de gran violencia, se sucedieron de forma enmarañada y algo caótica durante un lustro aproximadamente; en ellos participaron activamente contra el poder central, representado por Mazarino, los parlamentarios, los príncipes de sangre, la nobleza, unas veces unidos y otras por separado, contando siempre con la movilización de los sectores humildes deseosos de que cambiasen las circunstancias de vida en que se movían. Aspiraciones políticas colectivas, ambiciones personales, afán de protagonismo de figuras públicas, insatisfacciones estamentales y deseos de dominar el Gobierno de la nación se mezclaron o añadieron para motivar las protestas, agitaciones, revueltas y golpes de Estado que se repitieron insistentemente durante estos conflictivos años, mientras que por la otra parte se producían las idas y venidas de Mazarino y de la familia real, unas veces huyendo de la verdadera amenaza que mostraban los conjurados y agitadores, otras simplemente utilizando sus movimientos como maniobra de disuasión o como táctica política para producir la desunión de los frondistas.

Al final de todo ello muy pocas cosas cambiaron realmente. En un clima de cansancio generalizado, de agotamiento por las luchas internas, de frustraciones por los objetivos no conseguidos en la práctica, con mayor o menor entusiasmo los distintos grupos políticos y sectores sociales que habían manifestado su rechazo y protesta admitieron la vuelta al poder del Gobierno de Mazarino y el triunfo del absolutismo que ello suponía. En los últimos años de su mandato, el cardenal de origen italiano volvió a dominar la vida política francesa, sintiéndose más fuerte que nunca y con una capacidad de maniobra que antes no había tenido, lo que le permitió continuar con sus planteamientos centralizadores, seguir aplicando la dura política financiera e impositiva para la consecución de sus objetivos exteriores y preparar adecuadamente el futuro político de Francia en función de la educación que se le estaba dando al joven rey, ya próximo a ocupar el trono por decisión propia.

El triunfo personal de Mazarino en la última etapa de su mandato, el encumbramiento social suyo y el de sus familiares, y el relativo orden alcanzado en el interior del país, se vieron complementados en el ámbito internacional con la exitosa Paz de los Pirineos (1659), que ponía fin a la contienda iniciada por Richelieu para oponerse al dominio de los Habsburgo, objetivo que se veía ahora plenamente cumplido. Mazarino moría, pues, en un ambiente pletórico de logros el 9 de marzo de 1661. Las expectativas políticas que se mostraban por entonces resultaban bastante positivas, teniendo en cuenta el estado del Reino y la figura del nuevo soberano, que confirmaría las esperanzas puestas en él nada más iniciar su mandato.